Cada día, cuando llegaba la hora de irse a dormir, mi pequeña se resistía y hacía todo lo posible para esquivar el momento. Siempre empatábamos en disgustos, ella acababa en su habitación gritando y yo detrás de la puerta esperando a que se calmara. Un horror, vamos, sobre todo porque se dormía desde un estado tremendo de tensión y ni te cuento lo mal que me sentía yo.
Siempre he sido bastante “Antoñita la Fantástica”, como decía mi abuelo, me inventaba historias para intentar relajarla, pero no había manera. Así que empecé a pensar en otras fórmulas para evitarnos esos feos episodios.
Observé detenidamente cuando estaba más tranquila, hasta que apareció Peter Pan en la pantalla y me iluminó… ¡bingooooo! Era la etapa en la que veíamos una y otra vez la película de Peter Pan, su preferida, nada de princesas ¡menos mal!
Cada noche antes de dormir, Adri y yo nos sumergíamos en el País de Nunca Jamás. Hasta compré unos títeres de dedos de Ikea súper molones. Nada de otros cuentos, Peter era lo que ella necesitaba. Mi peque ya se dormía feliz, relajada y tranquila. Fin del problema para las dos.
Utilicé el storytelling con mi hija sin saberlo: conecté con su emoción de tranquilidad y conseguí que hiciera lo que yo quería… ¡por siempre jamás!